Aunque parecería que la existencia de un problema con la bebida es evidente a simple observación directa de la persona, es bastante frecuente que dicho problema no sea reconocido por el afectado, que piense que son situaciones puntuales, que puede «controlar» el consumo o «dejarlo» o que, si los episodios son esporádicos, no existe el problema como tal. Suelen ser tópicos o autoengaños que se corresponden con diferentes patrones de un mismo problema. Ello puede hacer más complicado el inicio y la continuidad del tratamiento, y es en este punto donde el apoyo, colaboración y coordinación a nivel terapéutico de familiares, parejas, etc. puede resultar un factor crítico de éxito del tratamiento a largo plazo. Además, en ocasiones, esta dependencia se oculta o es concurrente con otros consumos de sustancias u otras conductas que pueden añadir complejidad a los casos. De hecho, la bebida suele ser «puerta de entrada» a otros consumos (marihuana, cocaína, éxtasis, drogas de síntesis…) y también de otras conductas de dependencia psicológica (ludopatía, sexo, compras compulsivas, etc.), sobre todo en adolescentes y adultos jóvenes. Cualquier tratamiento integral debe intervenir en esos consumos o conductas pero, sobre todo, sobre el consumo de bebidas como detonante y/o responsable principal, en su caso.

Aunque los síntomas del beber compulsivamente son fácilmente reconocibles hay otras señales menos específicas pero que también pueden resultar indicadoras, sobre todo en los casos de ocultación:

. Los cambios de estados de ánimo (ansioso, eufórico, depresivo, irascible…)
. El aislamiento progresivo de la persona, la conflictividad, la hipersocialización o las ausencias injustificadas
. La alteración de hábitos y horarios habituales
. La reducción del rendimiento laboral, académico, etc.
. La liquidación rápida de los ingresos sin justificación suficiente